El marketing ayuda a vestir la campaña, cumple una función importante en el juego de atracción, pero sobrestimar su peso puede acarrear grandes desengaños si no se acompaña de un planteamiento estratégico que permita alinear todos los recursos disponibles en una sola dirección. El sostenimiento de una campaña depende, en gran parte, de una estrategia sólida que le permita al marketing cautivar al electorado.
Recuerde que acertar no significa ganar; es evitar el error lo que lo acerca a la victoria. Si los candidatos y sus equipos de campaña estudian con atención a quienes fracasaron en el mismo objetivo que persiguen, estarán evitando sentir el mismo dolor que aquellos padecieron.
Así mismo, en la lucha de la guerra electoral, la doctrina operacional que lleve a la victoria debe regirse por el perfecto rendimiento de todos los recursos con los que la campaña cuenta. Cuando hablo de recursos, no son únicamente económicos. Claro, ayuda mucho que la campaña cuente con el suficiente dinero para ejecutar la estrategia; aunque lo económico no es la esencia, tenga en cuenta que una campaña pobre es una pobre campaña.
Si aspira a ser buen consejero, entienda que escuchar al político es más importante que hablarle; comprenderlo es más significativo que secundarlo, e inducirlo es más efectivo que forzarlo. Sepa de una vez que el poder de la palabra influye sobre el poder mismo; si dimensiona el alcance de su propia voz, comprenderá entonces que la elocuencia pesa menos que el valor de la prudencia.
Si le dice al político lo que quiere escuchar, no será el único haciendo lo mismo.
Promocionar una ciudad no se limita a un eslogan y una marca, serán estos elementos, más la condensación de un proceso de pensamiento y exploración íntima, los que finalicen en una acertada estrategia. Activar un plan de city marketing no solo tiene un impacto en el plano internacional, sino que, de rebote, ayudará a estrechar la relación entre la ciudad y sus habitantes, favoreciendo la imagen de quien la gobierna. Sin embargo, no deberá nunca confundirse esta estrategia con el plan de comunicaciones del gobierno.
No hay ciudad fea, sino mal comunicada.
Gobernar no es nada fácil, tomar decisiones implica investigar, conversar, debatir, dominar, ceder, incluso negociar, pero, sobre todo, reflexionar para tomar las mejores decisiones, algunas de ellas lesivas, impopulares, pero muchas veces necesarias. Lamentablemente, son pocos los buenos políticos que logran transmitir todo lo que hay detrás de una decisión; hay muchas variables en juego y la falta de comprensión de dichas variables es lo que origina en gran parte la desconfianza ciudadana.
Aconsejo tener la sana práctica de informar, explicar y comunicar acertadamente lo que hay detrás de la actividad pública.
En términos de opinión pública, la verdad es aceptada como tal no porque esté sujeta a la realidad, sino porque tiene la capacidad de ser verosímil. De ahí la facilidad con que las fake news se convierten en promotoras de conversación cuyo objetivo final no es realmente instalar mentiras, sino distorsionar la realidad.
La “morbopolítica”, producto de una exigencia electoral cada vez más palpable, obliga con mayor frecuencia a los dirigentes políticos a recrear pequeños realities alrededor de sus agendas, teniendo en los canales digitales a sus mayores aliados para establecer un poder público, representado en audiencias interesadas que sienten empoderamiento y proximidad, para ejercer observación crítica y juzgar.
Entonces, ¿quiere ser salvado por el público?
Mi consejo a las nuevas generaciones de la consultoría política, a aquellos que se inician en el arte de la persuasión, es esforzarse por encontrar su estilo propio, salir de la comodidad de replicar esquemas, devorarse todas las teorías y tendencias, y de todas, extraer lo mejor. Trascender más allá de repetir religiosamente las frases de todas las cumbres y seminarios, escapar del humo excesivo que sofoca a la industria, comprender con paciencia que en la consultoría bien practicada, el dinero y la “fama” vienen por añadidura a los buenos resultados y, muy especialmente, distinguirse no por ser el consultor más ganador, sino por ser el mejor consultor.